La máquina del tiempo, publicada en 1895, es una de las obras más emblemáticas de H.G. Wells y un clásico imprescindible de la ciencia ficción, género al que no siempre he sido muy aficionado. En esta novela corta, Wells nos cuenta la historia de un científico conocido solo como el «Viajero en el Tiempo», quien crea una máquina que le permite explorar un futuro distante y tremebundo.
La obra, que puede catalogarse como novela de ciencia ficción (de cuyo género H.G Wells es uno de los máximos referentes), es mucho más que una historia de aventuras con un contexto científico, al estilo de las novelas de Julio Verne. Escrita a finales del siglo XIX, el autor se mueve en un contexto marcado por el avance de la Revolución Industrial, los esquemas mentales del darwinismo basados en la evolución humana y el crecimiento de las ideas socialistas.
En este sentido, hay quien ha identificado a las dos misteriosas razas con las clases sociales, una decadente y despreocupada, que vive al margen de los problemas reales, y otra violenta y deshumanizada, que representaría a la clase obrera. Lo cierto es que en las novelas de H. G. Wells siempre pueden identificarse vaticinios futuristas que suponen una crítica a la sociedad victoriana de la época, si bien la idea moralizante no llega a desvirtuar una narración ágil y auténtica.
Valoración
No sabría describir mis sensaciones al leer La máquina del tiempo, de H.G. Wells. Había visto ya la película de 1960, protagonizada por Rod Taylor, cuyo papel me parece de lo más convincente, y su crítica feroz a los peligros de una guerra nuclear resulta de lo más distópica y perturbadora. Sin embargo, al leer el libro, he descubierto que la prosa de Wells es, en cierto modo, fantástica y visionaria, y que obviamente no maneja el mismo contexto, pues se escribió a finales del siglo XIX.
Wells, al utilizar la primera persona en su relato, nos sumerge en la confesión increíble de un misterio, el viaje a través del tiempo, hacia una cuarta dimensión. Y con ese monólogo narrativo que a todos nos tiene en vilo, con sus meticulosas narraciones del mundo de los Morlocks y los Eloy, consigue de alguna manera que no podamos dejar de leer por lo palpitante y enigmático de esa suma de acontecimientos.
Wells siempre nos lleva a mundos diferentes, como también hizo en Los primeros hombres en la luna, donde en lugar de una máquina del tiempo, tenemos una esfera hecha de un milagroso material que uno de los protagonistas denomina, en honor a su nombre, «cavorita». Pero, al igual que en esta historia, hay un momento en el que los personajes siempre quedan atrapados en ese extraño mundo, sea la Luna o la Tierra en el Futuro. Eso nos hace sentirnos atrapados y que el avance de la historia sea todavía más intrigante, que de algún modo percibamos el peligro y la desesperación a la que se enfrentan los personajes.
En este caso, la historia de El viajero del tiempo es la de un hombre solitario que se adentra en los entresijos de un mundo de cientos de miles de años más tarde. Alguien que no es capaz de entenderse con los Eloy, que parecen ser un rebaño feliz de hombres y mujeres que han aprendido a vivir de espaldas al sufrimiento, embebidos en una eternidad traumática, inconscientes de la realidad en la que viven los Morlocks. Al igual que sucede en la película, sus camaradas escuchan atentos e incrédulos el relato de sus misteriosas aventuras, lo que de algún modo hace que nos sintamos precisamente como ellos, pues puede ser una experiencia desconcertante escuchar lo que no parece sino sacado de un sueño monstruoso.
Descubrirá el lector que, por su fealdad y el misterio que encierran en su mundo subterráneo, no le parezcan tan simpáticos como los selenitas, que a pesar de su inquietante forma de actuar, parecen ser algo más manejables que los abominables Morlocks, cuya piel pálida y ojos grandes dejan la sensación de habernos imbuido en el más intenso escenario de terror.

