
Quizás el espectador moderno se siente inmune ante lo que en los años cincuenta podía considerarse humor negro. Si lo que entendemos por humor inglés es una serie de situaciones inverosímiles, con un policía londinense corriendo detrás de nosotros con la porra, entonces El quinteto de la muerte (1955), dirigida por Alexandre Mackendrick, le decepcionará.
Pero la película (The Ladykillers) no ha envejecido del todo mal, y aunque parece algo lenta, su atmósfera británica y el papel magistral de Alec Guiness, con su aspecto chepudo, su bufanda interminable y sus ojos inquisitivos, hacen que valgan la pena los 87 minutos de esta comedia británica. No he visto el remake dirigido por los hermanos Coen (2004) y protagonizado por Tom Hanks, por lo que no puedo decir si me parece mejor o peor.
Obra de Ealing Estudios, poco antes de que la productora fuese adquirida por la BBC, es una de las clásicas películas posteriores a la Segunda Guerra Mundial creadas por la compañía. Me cuesta catalogarla como un filme de humor, porque no es el tipo de comedia al que estamos acostumbrados; más bien es una historia donde la carcajada se prepara concienzudamente, a lo largo de muchos minutos rocambolescos, para finalmente producirse, y luego continuar como si nada.
Tiene, sin embargo, la ambientación que hace que una película resulte atrayente, envuelta en su atmósfera misteriosa. La protagonista es la señora Wilberforce, la tierna abuelita inglesa por excelencia, un tipo de personaje que se encuentra en todas partes y a la que en la oficina de policía están acostumbrados.
Ella vive en una casa inglesa, en un área tranquila, cerca de las vías del tren, y vive sola con sus tres loros desde que su difunto marido falleció como un héroe. Su ingenuidad, que puede llegar a ser desesperante para quien anda tras oscuros intereses, es el motor de una película que podría compararse, salvando las distancias, a Atraco a las tres (1962), dirigida por José María Forqué y protagonizada por el incombustible José Luis López Vázquez.
Tampoco hay que desechar el papel de Peter Sellers, cuya presencia en cualquier película es motivo obligatorio para verla. El papel de Danny Green es también soberbio, y casi diría que es el principal responsable de los momentos más cómicos de la película. Sin embargo, es la inocencia de Kate Johnson, en su interpretación de la abuelita inglesa, lo que la historia avance y se mantenga viva, envolviendo la película en una atmósfera de misterio.
Frágil, amable, pródiga en cortesías y metódica en sus rutinas, con su sentido moral irreductible, es el tipo de personaje que nunca debería estar donde está. Y sin embargo, posee el encanto natural que reviste la película de esa necesaria elegancia que requiere un clásico del humor negro.
Con todo, no me atrevo a calificar la película como una historia de humor, como sí puede serlo un Arsénico por compasión (1944). Es, más bien, una historia que se debate continuamente entre lo macabro y lo absurdo, con un relajado aire divertido que no deja de sacarte una sonrisa, y requiere una cierta dosis de complicidad, de comprensión por las torpezas del quinteto.